Domingo XXVI - A
"En aquel tiempo dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:... Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: Hijo, vete hoy a trabajar en la viña. Él le contestó: No quiero. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: Voy, Señor. Pero no fue... ¿Quién de los dos hizo lo que quería el Padre? (...) Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios..."
Nos dices, Jesús, un ejemplo
que me hace temblar.
No sé si me parezco al primero
que dice: "no voy"
y, luego, va a trabajar.
O tal vez al segundo:
alardea un poquillo,
dice palabras bonitas;
y, en eso, queda todo su afán.
Lo importante es "hacer", no tanto hablar.
Lo decisivo no es prometer...,
sino cumplir, de Dios, su voluntad.
Eso lo entiendo.
Sé que nada vale en la vida
el bla, bla, bla, bla.
Lo que me estremece de veras
es tu palabra final:
las prostitutas
os adelantan.
Por ellas, me alegro, Jesús,
porque a tu lado,
por experiencia lo digo,
es donde mejor se está.
Pero entre líneas algo se esconde
que no logro "pillar".
Confesar a Dios no es suficiente.
Ni tampoco tener, por oficio, alabar.
Ser pobre y sediento,
se necesita; no más:
manos vacías, abiertas
que mi Padre ha de colmar.
Y la promesa de mi presencia
en ellos será verdad.
Esto lo cambia todo, ¿no crees?
El Reino es para ellas
de modo particular.
Y tuyo, si pobre eres,
y de mí te quieres llenar.
(R.M.)

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