DOMINGO III - CICLO B
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él. (Mc 1,14-20).
Hemos escuchado la historia de los primeros discípulos. Hay una serie de imágenes que pasan a una gran velocidad que casi no podemos seguirlas.
Primero, Juan y Jesús se separan. Y éste anuncia un momento decisivo: la llegada del Reino de Dios. Al parecer, si perdemos este momento, lo hemos perdido todo. Y se nos escapa si no hay una conversión que no se trata de ser mejores, más buenos, sino de cambiar la mentalidad, de dejar el pasado y ver las cosas desde otra perspectiva. ¡Qué difícil, para nosotros, este salto! Tenemos un ego muy fuerte que cree muy poco en promesas no cumplidas y no puede abandonar lo de siempre. Pero si hay, en la comunidad, alguien que sea capaz de este salto, hace que irrumpa la realidad del reino, su novedad.
Luego Jesús llama a cuatro discípulos; no sabemos por qué los llama ni por qué ellos responden. Probablemente, Jesús no ve lo que son, sino lo que pueden llegar a ser. Y ellos, valientes, se van con él dejando lo que era para ellos lo más importante, su pasado.
Y nosotros, ¿dónde nos situamos en este texto en la escena? ¿Quizás, todavía, repasando las redes?
(E.A.)

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