Estás mudo, mi Dios, no dices nada;
gritas con el silencio de tu mano;
tu aspecto es otro grito sobrehumano
y un grito de socorro en tu mirada.
Me grita tu agonía desgarrada
y te escucho, Señor; soy tan humano
como puedas ser tú; y, aunque cercano
tu grito, yo ensordezco a tu llamada.
Me dices que te siga y ya es muy tarde,
Señor, para hacer eso... Soy cobarde
porque veo el dolor inmenso y cierto
que te tiene al suplicio maniatado.
Espérame, Señor, que aún no estás muerto
y yo quiero esconderme en tu costado.
(J.L.A.)

Escribir comentario
armonia (domingo, 27 junio 2021 15:55)
Preciosa poesía