Te llevo aquí, clavado en carne viva,
clavado todo en mí, y eres mi centro
por tanta espina como pones dentro,
tanta sangre que marcha a la deriva.
Has entrado de golpe, desde arriba
pobre Cristo, nacido desde adentro;
llenas mi vida, pero no te encuentro
y es tu cruz una sombra fugitiva
a la que quiero asirme y no consigo,
porque estamos los dos crucificados;
yo en tu cruz y tú en mí. Para que acabe
de encontrarte mi amor, Señor, te digo:
pongamos a la par nuestros costados.
Diré a mi corazón que te desclave.
(J.L.A.)

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