JUEVES XXIV
En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo: «Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora»... (Lc7,36-50).
REFLEXIÓN
Cenaba Jesús en la fiesta
que Simón, fariseo, al fin preparó.
Una mujer no invitada
por detrás y en silencio
junto a Él se quedó.
El "mundo" pesaba en su vida.
Hastío de todo, vacío,
a sus pies derramó.
Nada sabía:
expresaba con besos
aquella acogida
que también, en silencio,
Jesús la ofrecía.
Lloró, mucho lloró.
Mas algo extraño ocurría.
¿Qué había pasado?
que Jesús la había encontrado;
que ella le había buscado;
que el amor halló su expresión.
Jesús, hoy, me mira y me dice:
niña mía, querida.
Y yo, sumida en mi pena,
percibo que un gozo profundo
está borrando mi confusión.
Mi pecado, ¿dónde ha ido?
Abatido tenía mi corazón.
Jesús, envuelves mi alma en la dicha:
me quieres, me acoges.
Es dulce y suave, conmigo, tu voz.
(R.M.)

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Modesto Jose Serrano Hidalgo (jueves, 16 septiembre 2021 23:36)
Siento la dulzura de esta poesia como algo propio, que Jesús me acoge en mi pecado y me acaricia y me perdona
Gracias hermana Rosa