Cuando miro en tu frente, Cristo mío,
la corona de espinas empotrada
a golpes y la sangre despeñada
como un río cayendo hacia otro río,
me pregunto si todo ese vacío,
encendido de angustia, en tu mirada
es por culpa del hombre, por su nada,
brotada de torpeza y desafío.
Soy humano, muy humano y tengo miedo
de haberte puesto así. Pero, o me quedo
cerca de ti y poder desespinarte
(a ver si esa tristeza te abandona),
o me ato a tu dolor, y acompañarte
como espina de amor en tu corona.
(J.L.A.)

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