Tres clavos al madero te sostienen
por darnos libertad. ¿Cómo es posible,
oh Señor, que tu sangre incontenible
rompa los diques que las penas tienen?
¡Aquí está el hombre! Y a sus manos vienen
tres clavos. Otros tres: una invencible
marea de tristeza incomprensible
que los restos del corazón contienen.
Tres clavos de una vida triturada,
con su ciega esperanza ya segada,
sin dolor, sin latido y sin espera;
sin saber que a tu lado no hay esclavos
y en la Cruz va a encontrar esa primera
libertad, sostenida por tres clavos.
(J.L.A.)

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