El monje se caracteriza por la vigilancia, la escucha y la atención. El monasterio es para él un lugar que le ayuda a centrarse en lo importante, en lo interior. La atención es imprescindible para conocerse a sí mismo y conectar con la vida. A través de la vigilancia el monje busca a Dios.
La palabra "obediencia" no está de moda hoy en día. Sin embargo es necesaria para un buen funcionamiento de las relaciones interpersonales. Los cristianos seguimos el ejemplo de Jesús que fue "obediente hasta la muerte"... De la relación de "tú a tú" con Jesús surge la obediencia como un silencioso olvido de sí para entregarse totalmente a Dios y a los demás.
Los monjes deberíamos vivir en una conversión diaria, en una especie de cuaresma permanente. San Benito en su Regla nos propone cómo vivir la Cuaresma: ofrecer voluntariamente alguna cosa al Señor "con gozo del Espíritu Santo". Sin embargo, todo esfuerzo ascético sin referencia a la persona de Cristo acabaría decepcionándonos, pues la cruz no es un valor en sí misma, sino que lo es porque Cristo subió a ella...
Una de nuestras hermanas mayores, sor María Inés, expresa en sus versos sus vivencias de la vida monástica. En la poesía titulada "Entrega" describe cómo el Señor la alcanzó con su amor.
Los monjes y monjas estamos llamados a ejercitarnos en la humildad. Sin embargo, no es solamente una virtud cristiana, tiene un valor humano, aunque en nuestra sociedad esta palabra no se lleva.
La humildad es saber dónde está nuestro sitio en cada momento.